Ilustración en acuarelas. Sobre una persona gorda, desnuda, durmiendo en el suelo, crecen árboles y flores.
 

Narración encarnada

Por Kimberly Dark.

Accede al libro original en inglés The contemporary reader of Gender and Fat Studies [Una lectura contemporánea de los Estudios sobre el Género y la Gordura], de Amy Erdman Farrell (2023). Traducción no profesional realizada por ACCIUMRed para lectura personal.

Lectura simplificada

Kimberly Dark es escritora, socióloga y narradora social conocida por su trabajo en el campo de los estudios de género y la gordura.

En el capítulo Embodied Narration [NarraciónEncarnada], Dark enfatiza la importancia de reconocer la presencia física y las necesidades de los cuerpos en el aula universitaria. Critica cómo las instituciones educativas ignoran las necesidades corporales básicas y cómo esto afecta la experiencia educativa. 

Subraya cómo la gordura, la raza, el género (conforme/no conforme) y la discapacidad interseccionan, contribuyendo a experiencias de estigma, marginación y violencia. A lo largo del capítulo, el enfoque de Dark demuestra cómo la interseccionalidad influye en las vivencias individuales y colectivas.

Retrato fotográfico de Kimberly Dark.

Kimberly Dark

Introducción

Cuando enseño clases de Sociología o Estudios de la Mujer en persona o cursos como Cuerpo e Identidad, quiero que el alumnado reconozca, de inmediato, que hay cuerpos reales en la sala. Suena ridículo, pero el aula universitaria borra los cuerpos, a veces incluso intenta borrar funciones corporales como las ganas de orinar, comer o dormir. Soy culpable de intentar evitar ir al baño hasta el descanso, o de aceptar estar en clase a una hora en la que sé que estaría mejor acostada. Nuestros cuerpos no son importantes en el aula universitaria. Se supone que debemos controlarlos y erradicar sus necesidades, incluso necesidades como disponer de sillas lo suficientemente grandes o un ascensor que funcione para llegar al cuarto piso. (En serio, una vez tuve una batalla durante todo un semestre sobre una práctica no conforme con la Ley de Estadounidenses con Discapacidades, que permitía que la policía del campus desbloquease los ascensores a las 8 a.m., cuando muchas clases comenzaban a las 7:30).

¿Por qué les empujo a reconocer los cuerpos cuando la mayoría de las clases no lo hacen? Supongo que si vamos a discutir cuerpos e identidades de manera inmediata y académica, y tenemos ‘todas esas cosas’ justo allí en la sala, podríamos ver qué se puede ganar de la experiencia. También sospecho que sería útil en una clase de química o negocios, porque nuestra encarnación es una gran parte de cómo percibimos a los demás, asignamos rasgos positivos y negativos. Guía nuestras habilidades para comunicarnos y colaborar de maneras que nunca exploramos completamente.


No obligo al alumnado a estar totalmente en su propio cuerpo y hablar sobre él, por supuesto. Eso sería ir demasiado lejos. Incluso cuando ofrezco una breve meditación al comienzo de la clase, u otras actividades para «entrar en el cuerpo», hay salidas de escape integradas. Nadie debe ser forzado a estar encarnado y consciente, especialmente en lugares y con compañía donde abundan los desequilibrios de poder. Tiene sentido para algunas personas y en algunos contextos estar solo parcialmente presente, o mantener la guardia alta (Dark, 2018).

He encontrado especialmente útil que el alumnado reconozca mi cuerpo, ya que el mío es el que están obligados a mirar durante la mayor parte del tiempo que estamos en clase. El tiempo de debate en mis clases no involucra el uso de aparatos electrónicos, por lo que realmente están prestando una atención inusual a lo que pueden ver. A menos que estén mirándose mutuamente, lo que sería extraño cuando la persona no está hablando, o contando las manchas en la pizarra blanca, están mirando mi cuerpo, mi cabeza, mi boca moviéndose. Están considerando mis elecciones de vestimenta, mis modales, mi tamaño y la forma de mi cuerpo, junto con las categorías obvias que parezco ocupar basadas en la confirmación visual. Soy una mujer, gorda («bien formada», pero vaya, demasiado grande para caber en un combo de escritorio-silla), vieja, o tal vez de mediana edad y, quizá, antes era bonita, alta, blanca (a menos que estemos en Gran Bretaña o Australia y, entonces, probablemente sea mestiza, «de casta mixta» o tal vez regresando de vacaciones porque estoy muy bronceada). Si notan mi cojera, podrían considerarme discapacitada, y si hago referencia a ser queer, podrían pensar que perciben eso también: hablo en voz alta, tengo un comportamiento dominante, una voz profunda. (Estos son rasgos que el alumnado comenta cuando le pido que reflexionen sobre si pueden «ver» mi queeridad).

Mi cuerpo definitivamente está «en juego» en la sala. El cuerpo de la docente siempre es un espectáculo visual, aunque no sea educado reconocer el escrutinio que ofrece el alumnado, dada la escasez de alternativas visuales. En mi caso, el aspecto de mi encarnación que probablemente parece menos socialmente aceptable de reconocer o discutir es la gordura. No solo tengo que traer conscientemente los cuerpos a la sala, tengo que construir la gordura como un tema respetable de conversación y ayudarles a reconocer mi propia gordura de una manera que avance en nuestros objetivos colectivos y también co-construya mi dignidad. (Por supuesto, podría simplemente evitar la gordura como punto de estudio, como hacen la mayoría de las clases de sociología, pero en mis cursos sobre cuerpos, abordamos el tema).

«Quiero que sepas que sé que sabes que tienes una profesora gorda». Eso es lo que digo después de un breve discurso sobre nuestra encarnación general. Y, luego, nos reímos un poco y hablamos sobre cómo estoy usando «gorda» como un término descriptivo neutral en clase, y no como una palabra insultante o un marcador de lástima, como se usa en muchos lugares del mundo. Les pido que noten cómo lo sienten: hoy, mañana y la semana siguiente. Pregunto de nuevo al final del semestre, y el alumnado me informa que también está usando «gorda» como un término neutral, aunque se da cuenta de lo extraño que parece en conversaciones con amigos y familiares.

Señalo que no solo tengo experiencia en ser gorda; la experiencia interna es, en realidad, la menos destacada. Interactúo con el alumnado como una persona que ha leído ampliamente sobre el tema y entiende cómo aplicar el pensamiento estructural con respecto a la desigualdad social. También hablo como una persona que ha sido marginada, dañada y degradada por esa misma desigualdad social y preferiría que no lo olvidaran. Tienen acceso a mí en este asunto durante nuestro período de estudio y estoy aportando un recurso no menor. Juego de palabras intencionado.

El género, por supuesto, sale a colación más tarde, pero no mucho. Hace tiempo descubrí que solo hablar sobre los datos de cuerpos estigmatizados hace que haya estudiantes que se pongan a la defensiva. A la gente le gusta aferrarse a la idea de cuento de hadas de que la mayoría de las personas realmente reconocen el talento y el trabajo duro en el lugar de trabajo, un buen corazón, la amabilidad en las relaciones románticas, etc. Ayuda si no discuto con el alumnado sobre la naturaleza de género del estigma de la gordura. Captan la lección muy rápidamente cuando hago las siguientes preguntas, incitándoles a revelarse de forma individual lo que ya sabemos de forma colectiva sobre la gordura y el género.

— «¿Qué es más aceptable si eres una mujer gorda?», pregunto a la clase, «¿una gran barriga o un gran trasero?»
— «¡Un gran trasero!» Todo el alumnado responde, aunque no del todo al unísono, a medida que comienzan a entender que sus respuestas se conformarán, asombrosamente.
— «¿Y entre muslos gordos o tobillos gordos?»
— «Muslos gordos», dicen a la vez y se ríen.
— «¿Y entre una cara gorda o senos gordos?»
— «¡Senos!» Cantan a la vez, prácticamente, felices de decir la palabra en público y con seguridad de su conocimiento sobre lo que significa que la gordura sea conforme al género, aunque probablemente no habían considerado esa parte de su conjunto de conocimientos antes.
— «Esa última es una pregunta trampa», digo, «porque los senos son grasa. ¡La grasa más aceptable en el cuerpo de una mujer!» Asienten sabiamente.
— «Bien, ¿cuál es más aceptable si eres un hombre gordo?», continúo, «¿una barriga gorda o un trasero gordo?»
— «¡Una barriga gorda!» Dicen, con un poco de sorpresa por el giro.
— «¿Y entre senos gordos o una cara gorda?»
— «Vaya», comentan algunos. «Definitivamente, no, senos de hombre, no.» Se miran mutuamente, con horror por la imagen en sus mentes.
— «¿Muslos gordos?», agrego.
— «De ninguna manera», dicen. Usualmente, alguien agregará que una cara gorda no es buena en un hombre, pero es mejor que en una mujer. Y oye, ¿realmente no hay ningún lugar en el cuerpo de un hombre donde sea aceptable ser gordo aparte de la barriga o los hombros?
— «¡Ajá!», digo, «entonces, ¿hay estándares sociales más estrechos para los hombres en otros aspectos?»
Algunos ya conocen esta lección. «Sí, no pueden llorar, mostrar emociones, usar vestidos y faldas, ser otra cosa que no sea fuertes…»
— «Entonces, ¿un cuerpo gordo que cae fuera de la categoría ‘hombre grande de barriga gorda’ es feminizante? ¿Y esa sigue siendo la forma más rápida para que los hombres pierdan el respeto de las demás personas?» Asienten. «¿Y estos marcadores de género, tamaño, raza, edad y capacidad están influyendo en todas las personas y al mismo tiempo?»

Asienten un poco más.

Ahora ya podemos hablar y debatir sobre la interseccionalidad. Nadie es solo un género o solo una raza o solo un tipo de cuerpo, aunque la masculinidad blanca y capaz, físicamente, abre puertas como ninguna otra encarnación. Incluso los hombres blancos son complejos, y los individuos ocupan muchos vectores de identificación social. (Las personalidades también, pero soy socióloga, así que eso no es de interés en mi clase, a menos que se pueda hacer agregado como una expresión de cultura. La «Karen» es un ejemplo que nos acerca a ver cómo incluso la personalidad es, a menudo, una expresión de la cultura). Por ejemplo, los hombres blancos gordos pueden usar la raza y el género para superar la gordura, pero únicamente si su gordura es conforme al género. Claro que la gordura sigue siendo un rasgo estigmatizado para los hombres. Y claro, cosas como la altura mitigan la percepción de la eficacia del hombre blanco.

También podemos comenzar a discutir sobre ser gorde y no conforme al género, porque las reglas para esa encarnación aún están siendo escritas por nuestra cultura y, hasta ahora, las cosas no se ven bien para las personas gordas no binarias.


Gordura, género y sus múltiples intersecciones

Necesitamos historias. Repetir narrativas, como la de mi enseñanza en el aula mencionada anteriormente, nos ayuda a redescubrir lo que sabemos y a reclamar ese conocimiento. Lo complicado es que la cultura nos dice que tomemos nuestro lugar en una jerarquía de valor y luego, ¡qué actuemos como si nunca nos hubieran dicho tal cosa! El alumnado quiere discutir sobre la tenacidad individual, a menos que integremos las teorías y los datos en narrativas y recuerdos sobre nuestras experiencias y las de otras personas. Entonces, se mueven más profundamente, más rápidamente. Si les pregunto a sobre sus opiniones sobre la gordura y el género, y sus múltiples intersecciones, de repente aparecen las historias estándar sobre cómo las personas tienen autodeterminación, el amor lo conquista todo y la gente puede mejorarse si quiere. La interseccionalidad es más fácil cuando recuerdan sus experiencias reales.

No sorprende que se haya escrito más sobre la feminidad obligatoria de la representación femenina gorda que sobre la gordura y la masculinidad. Las mujeres son más estigmatizadas por pequeñas variaciones en la gordura y, también, hay muchos más matices para trabajar, ya que los hombres solo pueden ser aceptablemente gordos de formas muy estrechas. Hay muchas maneras para que las mujeres ganen y pierdan capital social y muchas de esas formas dependen de la conformidad de género.

La feminidad obligatoria es un estándar fuerte

Por ejemplo, como lesbiana femme que soy, estoy «bien formada» y puedo evitar el estigma, o al menos, en mi juventud. ¿Notaste mi mención, arriba, sobre cómo el alumnado podrían interpretar mi encarnación? Estoy usando el término «bien formada» para significar que cumplo con el género. Otra forma de elevar el estatus del cuerpo femenino estigmatizado es llamarlo «proporcionado», lo que realmente significa que se parece a un cuerpo esbelto, hegemónico, solo que más grande. Cuando era más joven, no tenía una barriga pronunciada. Era ancha de caderas, muslos y pantorrillas, pero delgada de nuevo en el tobillo. Mi cintura era pronunciada. Estoy más gorda, después de la menopausia, y tengo una barriga mucho más grande. Incluso se anuncia con un poco de temblor. Ya no estoy «bien formada» ni «proporcionada».

Escribí un libro llamado Fat, Pretty and Soon to be Old (Gorda, Guapa y, pronto, Vieja), sobre el privilegio y el estigma de la apariencia; explora momentos cotidianos en los que nuestros marcadores de apariencia e identidades son interseccionales. «Gorda» y «vieja» son casi siempre dichos como insultos, muy diferentes de sus eufemismos: «curvilínea, robusta, Rubenesca y experimentada, sabia, sazonada…». «Bonita» es un marcador de identidad que se puede alcanzar teniendo ciertas características físicas aprobadas por la supremacía blanca, o vistiéndose, peinándose y maquillándose de formas femeninas celebradas hegemónicamente. Aunque «la bonitez» transmite privilegio, es vanidoso reclamar el término para una misma. Debe ser conferido por otras personas (y aprobado por la mirada masculina).

El estigma y el odio hacia la gordura no afecta a todas las personas de la misma manera. Sabemos que la blanquitud puede mitigar la gordura y que el color también importa. En su análisis histórico de la gordura en los Estados Unidos, Amy Farrell explora la elección del movimiento sufragista de identificar la feminidad con una palidez etérea, una presencia casi etérea para no amenazar los sistemas de hombres terrenales (Farrell, 2011, 82). Este esfuerzo pasado por construir una feminidad blanca apropiada todavía traza una línea entre las feministas blancas y las mujeres racializadas hoy en día, una línea que a menudo es invisible para las mujeres blancas, debido al privilegio. Las mujeres negras, por supuesto, nunca dejan de ver que su encarnación como mujeres es socialmente menos respetada. Los cuerpos de las mujeres negras y marrones están asociados con múltiples formas de degeneración, muerte y enfermedad.

Tener una comprensión más clara de la desigualdad social, por muy dolorosa que sea, puede ser un catalizador para el cambio positivo. El afrofuturismo, también llamado futurismo negro, es tanto una estética cultural como una forma de teorizar posibles futuros sin la supremacía blanca en el centro de la cultura. Combina ciencia ficción, historia y fantasía para explorar y representar la experiencia afroamericana. Hunter Ashleigh Shackelford discute la gordura como una forma de afrofuturismo en When You Are Already Dead (Cuando Ya Estés Muerta). Es una propuesta poderosa discutir los modos en que el antinegrismo puede liberar al cuerpo del tiempo. Si una ya se presume muerta, las posibilidades son infinitas.

Portada de la publicación The Routledge International Handbook of Fat Studies.
Portada de la publicación The Routledge International Handbook of Fat Studies [Manual Internacional de Routledge sobre Estudios de la Gordura]. Editado por Cat Pausé y Sonya Renee Taylor.

La gordura negra significa sobrevivir a formas de violencia mutantes que alteran el tiempo. Significa, literalmente, desafiar la muerte presumida y prescrita mientras se sobrevive a más versiones de fatalidad. La multidimensionalidad afrofuturista que se requiere de la conciencia gorda negra y del ser gordo negro es una rúbrica de divergencia ciborg, más allá de la gramática ‘humana’. Más allá de las jaulas de la delgadez y la blanquitud. (Shackelford, 2021, 253)

Mirando hacia atrás y hacia delante, la raza y la clase siguen siendo características destacadas de cómo interseccionan la gordura, el género y la raza.

La edad y la discapacidad también son aspectos críticos de cómo las personas narran las intersecciones de la gordura. Desde que desarrollé una cojera debido a la artritis, he sentido un desprecio que nunca experimenté como una joven adulta físicamente en forma. Los espectadores asumen que cojeo porque soy gorda y perezosa. Por supuesto que lo hacen. Como mujer gorda, tengo un déficit de capital cultural. El sociólogo Pierre Bourdieu extendió la idea de capital de Marx al ámbito cultural (Oxford Reference, 2021). Marx distinguió el capital del dinero. El dinero para comprar bienes o servicios es solo dinero. El capital es el dinero que se utiliza para comprar cosas con el fin de venderlas de nuevo. El capital crea riqueza, que está entrelazada con la relación social. El privilegio de la apariencia y la jerarquía que crea pueden entenderse en términos similares. Acumulamos el favor de los espectadores por lo que puede comprar en el futuro. Puedo ‘acomodarme’ por un momento mediante un pasamanos o brazo extendido para estabilizarme, pero mi capital cultural, definitivamente, ha disminuido por mi cojera.

Bourdieu se refiere a la colección «simbólica» de capacidades, modales, credenciales, acento, postura, etc., que comprenden el kit de herramientas del privilegio, del cual a menudo somos inconscientes, o tal vez solo somos conscientes de los vectores de apariencia que nos dan privilegio desmedido o dolor. Por ejemplo, algunas mujeres, especialmente aquellas con complexiones y cabello muy pálidos, son conscientes del privilegio que puede proporcionarles una aplicación astuta de maquillaje. Lo notan precisamente porque ese hiperprivilegio es contingente; sin maquillaje, pueden parecer excesivamente pálidas. El privilegio de la blanquitud puede pasar desapercibido porque siempre está ahí. Solo cuando reciben el privilegio adicional que proporciona el maquillaje, toda la negociación se hace notable.

La moneda de mi cuerpo más joven y capaz era «bancable» porque, incluso, si alguien me juzgaba mal por ser gorda, siempre podía mejorar mi estatus actuando, o incluso haciendo referencia a la actuación, de hazañas físicas loables. El futuro es un concepto borroso cuando el envejecimiento y la discapacidad comienzan a ocupar más espacio en el día a día. Algunos privilegios ya no son alcanzables, y aunque solo vivan en la memoria, los reclamamos fuera de tiempo al resucitar narrativas acerca de pasados atléticos y glamurosos, como expongo en ¿Esta cojera me hace parecer gorda?, (Dark, 2019, 89).

No hay forma de mitigar o ignorar los tipos de sanciones sociales por la apariencia que Nomonde Mxhalisa expone en Desirability as Access: Navigating life at the intersection of Fat, Black, Dark and Female [La Deseabilidad como Acceso: Navegando la Vida en la Intersección de Gorda, Negra, Oscura y Mujer], (2021, 205). Mxhalisa explora las ramificaciones, tanto personales como financieras, de ser juzgada fea en varios contextos que las normas y estándares sociales consideran importantes.

Portada de la publicación The Routledge International Handbook of Fat Studies [Manual Internacional de Routledge sobre Estudios de la Gordura].
Portada de la publicación The Routledge International Handbook of Fat Studies [Manual Internacional de Routledge sobre Estudios de la Gordura]. En colaboración con Nomonde Mxhalisa.
Retrato fotográfico de Nomonde Mxhalisa con el cabello rosa en un campo dorado bajo la luz del atardecer (autodescripción).
ALT. Retrato fotográfico de Nomonde Mxhalisa con el cabello rosa en un campo dorado bajo la luz del atardecer (autodescripción).





Apariencias gordas trans y no binarias

Las intersecciones de la apariencia y los marcadores de identidad son extremadamente complejas y merecen el tipo de atención que este libro proporciona. También es útil para nosotras seguir buscándolas en nuestras interacciones cotidianas. Pueden no ser siempre dramáticas, pero son profundas. Por ejemplo, aunque los hombres tienen un rango más estrecho de expresiones disponibles para ellos, la generalización de que ser grande es un rasgo positivo para los hombres es un beneficio persistente. Si estamos en una reunión social, y mi amigo Bob no puede recordar los nombres de las personas, su saludo educado para las mujeres es «¡Hola, hermosa!». Para los hombres, «¡Hola, gran hombre!» Estos cumplidos son culturalmente legibles, independientemente de la edad o la raza. Y, aun así, excluyen a las personas no binarias.

La actual explosión cultural de género y la multiplicación de identidades de género y formas de discutir y explorar la encarnación pueden ser un poderoso catalizador para la mejora cultural. Están revelando mucho sobre las fracturas persistentes que el patriarcado, el racismo y la misoginia causan en nuestras vidas cotidianas.

Hace una década, mi amigo Drake me informó que le habían negado la «cirugía superior», una cirugía de confirmación de género que eliminaría sus senos. Asignado mujer al nacer, mi amigo mide 5′ 4″ (1,60 metros) y es muy gordo. Recibe atención médica subvencionada por el estado debido a una discapacidad a largo plazo. Esto merece la pena mencionarlo debido al estigma adicional asignado a las personas sin los medios para pagar una atención médica privada. Lo he acompañado a citas para quistes uterinos y otros procedimientos médicos reproductivos y he sido testigo, de primera mano, del desdén y el rechazo que recibió debido a su peso y tamaño. ¿O quizá debido a su identidad de género? Sí, las intersecciones serían difíciles de desentrañar sin un estudio cualitativo que involucre análisis lingüístico, incluso aunque yo presencié los agravios. Las sanciones específicas que recibió en esas visitas parecían dirigirse a su peso. En un momento, su médico dijo que no rescindiría el tratamiento si no «asumía la responsabilidad» de su salud perdiendo peso. Más tarde lo hizo, y luego un médico posterior negó su solicitud de cirugía superior como un componente de la reasignación de género. Se consideró inapropiada la cirugía «electiva» para alguien de su tamaño. Cuando presioné sobre los datos del médico acerca de los resultados de la cirugía en individuos de peso alto, no existían. Más bien, me recomendaban que consultara el «sentido común».

La investigación de Han Koehle sobre el acceso a la atención médica para personas trans arrojó un conjunto de datos no planificado sobre cómo «la gordofobia proporciona un mecanismo para la vigilancia de género mediante el cual la gordura constituye una desviación moral de género» (2021). Es importante señalar que estos temas estaban incrustados en la narrativa, en lugar de estar claramente marcados al comienzo de la investigación. Como afirma Koehle, «Si eres demasiado gorda, estás ‘encarnando mal tu género’ y es una violación contra tu comunidad».

Retrato fotográfico de Han Koehle. La descripción visual está disponible en la leyenda de la foto.
ALT. Retrato fotográfico al aire libre. Vista frontal de Han Koehle, que parece sonreír mientras mira directamente a cámara. Viste una camiseta de manga corta en color negro y lleva gafas graduadas. Al fondo, un espacio urbano desenfocado con vegetación y árboles.

Afortunadamente, el número de narrativas en primera persona disponibles en medios online populares está aumentando diariamente. Algunas de estas ofrecen rigurosos estudios académicos, además de relatos personales. Algunas son breves, motivadas por la ira o están mal escritas. Otras ofrecen relatos literarios. Aquellas que tratan las intersecciones de la gordura y el género, como en el trabajo de Koehle, son particularmente importantes para nuestra comprensión cultural actual. Como señala Francis Ray White en Fat and Trans: Towards a new theorization of gender in Fat Studies [Gorde y trans: Hacia una nueva teorización del género en los Estudios sobre la Gordura] (2021, 78), la mayoría de los escritos académicos en primera persona en Estudios de la Gordura son de hombres trans. Para las perspectivas de las mujeres trans, necesitamos acudir a otras fuentes.

En The Intersection of Fatmisia and Transmisia [La Intersección de la Gordofobia y la Transfobia], (2017), Kivan Bay explora otras razones por las cuales la cirugía superior podría ser negada a un paciente gordo. Un entrevistado, «Johnny», describió haber sido rechazado para la cirugía y, luego, rápidamente aprobado por otro cirujano. «Era ‘demasiado pesado y se hubiera visto raro tras la cirugía que mi estómago fuera más grande que mi pecho’. Palabras del médico.» Johnny agregó, «Parece que ‘no serás lo suficientemente atractivo como para que te cataloguemos, orgullosamente, como nuestro paciente’».

Las personas trans enfrentan barreras significativas para la transición médica, incluso cuando son delgadas y hermosas, pero por supuesto, el privilegio de la belleza (y con belleza, siempre me refiero a los estándares hegemónicos de belleza de la supremacía blanca) funciona junto con otros factores. A medida que más y más personas buscan permanecer no binarias en lugar de hacer la transición de un género a otro, las preferencias por expectativas de género hiperconformes quedan al descubierto. Cirugías de transición de género como las de Caitlyn Jenner pueden ser consideradas impresionantes por su éxito en adaptarse a los estándares de belleza femenina, incluyendo la juventud. Quizá, sería más difícil para un cirujano mostrar con orgullo fotos de una persona cuya apariencia deseada no sería inmediatamente legible para People Magazine. Y no olvidemos que el cuerpo gordo sigue siendo un cuerpo odiado, incluso cuando se superpone con otros intentos hegemónicos exitosos de belleza.


Para decirlo sin rodeos, las personas que no se conforman de manera entusiasta o significativa a menudo son socialmente codificadas como una especie de horror, y las personas trans de todos los géneros ya son, per se, altamente sospechosas tanto para profesionales médicos como para los medios y el público. En Transfat, Sam Orchard explora la experiencia de amar su cuerpo gordo como congruente con su expresión de género, aunque también se le dijo que perdiera peso antes de tomar testosterona, y luego nuevamente antes de su cirugía superior (2021, 258). A diferencia de mi amigo Drake (quien nunca recibió hormonas ni cirugía), Sam pudo encontrar un proveedor privado de testosterona y lograr la pérdida de peso antes de la cirugía.

Retrato fotográfico de Sam Orchard. Descripción visual disponible en la leyenda de la foto.
ALT. Retrato fotográfico. Vista lateral de Sam Orchard, que sonríe mientras mira directamente a cámara. Viste una camiseta estampada de manga corta en color marrón y lleva gafas graduadas. 
Cartoon, dibujo o caricatura, de Sam Orchard.
ALT. Cartoon, dibujo o caricatura, de Sam Orchard. 

El lenguaje del horror es omnipresente al exponer a las personas trans e intersexuales como «freaks de la naturaleza» y al exponer los cuerpos gordos como «grotescamente obesos». Lesleigh Owen (2015) reclama la idea de monstruosidad de manera limitada en Libertad monstruosa: trazando la ambivalencia de la gordura, ya que describe la libertad de la no conformidad. La agencia trans no es inmediatamente respetada por la industria médica, de manera similar a cómo no se respeta la agencia de las personas gordas. Incluso la capacidad de buscar tratamiento para la bronquitis o la psoriasis es cuestionada por el personal médico, que preferiría que las personas gordas nos centráramos en la pérdida de peso.

Las personas trans que se niegan a intentar tanto la conformidad de género como la pérdida de peso. Las personas entrevistadas de Bay eran vistas como amenazantes cuando no se disculpaban por su género y cuerpo (Bay, 2017). En su estudio académico, Allison Taylor encontró igualmente que algunas personas encuestadas temían no cumplir con las expectativas de feminidad gorda, mientras que otras reclamaron un espacio dentro del título «queer fat femme» para ‘aparecer’ de diversas maneras (Taylor, 2021).

Katelyn Burns reflexiona sobre la belleza obligatoria que surgió durante sus discusiones sobre su transición a mujer con profesionales médicos y otras personas en su vida.

«Entre las mujeres trans conocidas que han hecho la transición tardía, todas compartimos una narrativa similar. Siempre fuimos ‘demasiado’ algo. Demasiado gordas, demasiado calvas, demasiado feas, demasiado masculinas. Este auto-odio proviene, puramente, de las expectativas de la sociedad para el cuerpo y la apariencia de las mujeres» (Burns, 2016).

Como persona grande, de 6’2” (1,87 metros) y 320 libras (145 kilos), Burns informó sentir que no podía tener éxito en pasar como mujer incluso antes de acercarse al personal médico. Por supuesto, algunas personas asignadas mujeres al nacer tienen este tamaño, y más grande. También están preparadas para ser compadecidas o vistas como ejemplares fallidos de feminidad. El profundo odio que nuestra cultura adopta por las mujeres gordas es aún más visible debido a su intersección con las decisiones de las mujeres trans de hacer la transición. Burns explica:

Para las mujeres trans, la vigilancia de la sociedad sobre los cuerpos femeninos es especialmente problemática. La intersección de la gordura y la transfobia es muy peligrosa. Si a las mujeres trans se les considera demasiado masculinas para ser mujeres, genera el odioso tópico de la sociedad: «es un hombre con vestido». La capacidad de pasar como miembro del género al que una persona trans está haciendo la transición es una de las consideraciones más básicas que cualquier persona trans pre-transición hace. El privilegio de pasar desapercibida es cuestión de seguridad para una persona trans. Seguridad contra el acoso y seguridad en el uso del baño correcto. Ser identificada como trans a menudo conduce al abuso o la confrontación violenta. Los cuerpos visiblemente trans se consideran indignos y son marginados de la sociedad de forma parecida que los cuerpos gordos. A las personas gordas se les dice, constantemente, que ser gordas se basa en sus propias decisiones irresponsables. La sociedad les dice que es suficiente con comer bien y hacer ejercicio y, solo entonces, considerarán sus sentimientos o respetarán sus cuerpos. La sociedad exige que los cuerpos trans se parezcan a los cuerpos cis y, solo entonces, te considerarán una «mujer real» o un «hombre real».

Retrato fotográfico de Katelyn Burns. Descripción visual disponible en la leyenda de la foto.
ALT. Retrato fotográfico. Primer plano de Katelyn Burns sonriendo y mirando directamente a la cámara en un espacio que parece personal. Tras ella, un sofá. Al fondo, una cocina y un recibidor.

Modas y expectativas

Solía comprar en una tienda ropa de segunda mano de talla grande (lamentablemente, ahora desaparecida) en el sur de California. Debido a que mi trabajo me mantenía viajando, antes de la pandemia, me convertí en una conocedora de las tiendas de ropa de segunda mano de tallas grandes en las ciudades que visitaba. Esta era, con mucho, la más grande, y durante más de una década, más de la mitad de mi guardarropa provenía de esa tienda. Un día, estaba en un probador (había tres, en un pequeño rincón) y una de las empleadas entró hablando en voz alta, «¡Vaya, me siento tan incómoda! ¡Puede que me ría si te pones estos vestidos!» «¡Oh!», exclamó finalmente, considerando la posible incomodidad de quienes estaban en los probadores, «¡Hay un hombre aquí! ¡Oh, Dios, hay un hombre aquí! ¡Usando el probador!»

De forma disimulada, giré la mirada ante el alboroto que estaba causando aunque, por supuesto, puedo entender que la mayoría de los clientes pudiera considerar los probadores «para mujeres» porque la tienda era para mujeres. Aunque la ropa, obviamente, no tiene género inherente, no todos comparten esa interpretación. Y aunque no estaba en horario laboral, yo no iba a dejar pasar este evidente embrollo de género sin comentar.

«¡Mientras los probadores se utilicen como se pretende, no debería importar quién está en ellos!», dije en voz alta detrás de la cortina que me separaba del siguiente cliente, que estaba probándose ropa en silencio junto al hombre que acababa de ser apelado por su género.

La empleada continuó su parloteo, nervioso y aparentemente incontrolable, atendiendo al hombre como si necesitara su presencia. Lo estaba tratando de manera diferente a como nos trataría a cualquiera de nosotras en los probadores. «Sé que solo estás comprando [esta ropa] como un disfraz, ¡pero puedo reírme de ti si tengo que verte dentro de un vestido rojo!» Se rio entre dientes. «¡Deberías mostrármelo para asegurarte de que te quede bien!»

La persona no parecía disfrutar de ser un espectáculo, por lo que respondió: «Es para una ‘carrera de vestidos rojos’, así que realmente solo necesito ver si puedo moverme en él y si no está demasiado ajustado. Todo bien».

He oído hablar de la tradición de los Hash House Harriers, un club autodenominado «de bebida con un problema de carrera». Conozco a personas que corren con el grupo. Me sentí aliviada de que esto no fuera una mujer trans siendo públicamente despedazada por la cruel ineptitud del personal. Compró su vestido y salió antes de que yo lo viera, pero tuve más palabras con el personal mientras hice mis propias compras.

Me preguntó la trabajadora: «¿Te asustó eso? ¿Ese hombre ahí?»

Le respondí: «No, todas las personas deberían ocuparse de sus asuntos en los probadores; ¿por qué importaría el género? Y, además, muchas personas que parecen ‘tipos grandes’ para ti podrían querer probarse y comprar estas prendas sin ser objeto de burlas. No me gusta que se rían de ellos a mi alrededor».

La dueña de la tienda me escuchó y agregó: «Es cierto, muchas personas trans y travestis compran aquí debido a las tallas grandes».

La dependienta me miró por un momento y, luego, respondió pensativa: «Ok, no lo había pensado de esa manera. Soy mayor y eso no ha sido parte de mi experiencia, nunca lo pensé. No quería incomodar ni insultar a nadie. Muchas gracias por señalarlo. Intentaré no hacerlo nunca más».

«No hay problema», dije sonriendo.

Si tan solo la aceptación del cuerpo y del género fuera siempre tan fácil. Es útil recordar que, a veces, puede serlo con la ayuda de una intervención simple. De hecho, el volver a contar esta narrativa aquí (y en otros lugares) puede operar de forma extra al margen del evento real. La mayoría de las mujeres pueden entrar en un probador y explorar las diversas formas en que pueden sentir comodidad o incomodidad con respecto a los cuerpos que, junto a ellas, cambian de ropa. Pueden imaginar el dolor de ser consideradas como «mujeres fracasadas» en público.

Dada la naturaleza de la belleza obligatoria para las mujeres, en particular para las mujeres gordas y las mujeres gordas racializadas, la moda es un área a menudo discutida. Aprender a vestirse profesionalmente (léase: blanco y de clase media) es una búsqueda que se cruza. La reivindicación de colores brillantes, modas femeninas lindas y rayas horizontales también es una búsqueda en la que las compañías de ropa se han vuelto cómplices.

Como algunas de las obras mencionadas anteriormente han explorado, las apariencias y las etiquetas crean expectativas. También transmiten información sobre qué suposiciones no deben hacerse. Esto es parte de lo complicado sobre las expectativas de género no cumplidas, como cuando el hombre se probó el vestido rojo. «Masculino» y «femenino» han sido organizadores sociales tan poderosos que algunos no quieren dejar ir sus expectativas, incluso si fuera liberador hacerlo.

En su artículo para Autostraddle, Fat Queer Tells All: On Fatness and Gender Flatness (Une Queer Gorde lo Cuenta Todo: Sobre la Gordura y el Género Neutro), Allie Shyer relata sus exploraciones de género y expresión al vestir. Ha encontrado lo que McCrossin y otras personas también descubrieron:

Hay poco precedente para la androginia en personas gordas. Generalmente, nuestros íconos andróginos son delgados y carecen de características sexuales secundarias. David Bowie, Tilda Swinton, Katharine Hepburn; estas figuras pequeñas y predominantemente blancas de androginia han creado una estética con poco espacio para la desviación. Esto significa que quienes tenemos cuerpos que no se ajustan a los estándares tradicionales de androginia, a menudo somos malinterpretados y malentendidos, incluso en espacios queer. Cada día lucho para presentar mi cuerpo queer y gordo de una manera que sea intencional y desafiante al binarismo. Y, a veces, esto implica no obtener lo que quiero.

Shyer continúa comentando sobre el hecho de llevar ropa femenina a una reunión social particular y, luego, en la siguiente reunión llevar ropa más masculina. Tanto las expectativas del grupo como las individuales sobre Shyer parecían cambiar de maneras que irritaban a Shyer. Por supuesto, cada persona debería poder expresarse como elija, pero ¿qué pasa con las expectativas del resto? Es fácil expresar el deseo de vestirnos para nosotras, para expresar nuestros propios gustos e intereses, pero en cuanto entramos en contacto con otras personas, el pacto social entra en juego. Quién pareces ser influye en quién puedo elegir ser en ese intercambio social. Puedo apreciar la irritación de Shyer por no obtener aceptación como un individuo fluido y quiero vivir en un mundo donde yo también pueda tener rasgos y apariencias mutables, con respeto y dignidad. Pero, ¿qué pasa si alguien atraído por mujeres femeninas vio a Shyer en una primera fiesta y se comportó, en consecuencia, con coqueteo? Ese individuo podría sentirse confundido al no sentirse atraído en la segunda reunión. No se justificaría ninguna indignación externa, por supuesto, pero para alguien con una sexualidad marginalizada, el intercambio social podría sentirse aún más vulnerable desde el principio.

Para decirlo de otra manera, si una persona llega a mi casa vestida como una fontanera, con una caja de herramientas de fontanería, y resulta que necesito que arreglen mis tuberías, ¡voy a estar mucho más apegada al comportamiento conforme a la apariencia de esa persona que si no necesito una fontanera! Creo que las citas, y otras interacciones de menor riesgo emocional, son un poco así. Queremos saber qué esperar con solo mirar. Podría estar feliz por la fontanera que dice: «Sí, bueno, antes disfrutaba la fontanería y ahora solo me gusta el uniforme de fontanería», siempre y cuando no pensara que mis tuberías se iban a limpiar. ¿Qué está en juego para mí? Bueno, mi tiempo y anticipación personal, y quizás también mi actuación de emoción, y el papel que ocupo como dueña de casa con un dinero reservado para fontanería. Potencialmente, hay expectativas en ambos lados de una interacción basada en la apariencia.

Estoy de acuerdo con Shyer en que tenemos demasiadas de estas interacciones de anticipación a través de la apariencia en nuestra cultura. Alimentan prejuicios inconscientes, no sobre fontanería o posibles amantes, sino quizás sobre quién es un «matón» o quién es un «buen estadounidense» si la policía te detiene. Las personas que ‘alteran’ su género están interrumpiendo, útilmente, la estructura por la cual juzgamos todas las interacciones.

El progreso no es lineal, pero se beneficia del entendimiento histórico. Cuanto más puedo enfocarme en el andamiaje de la desigualdad social y cómo es similar en distintos temas, mejor. Cuanto más pueda ayudar al alumnado a discernirla, mejor. Mi hijo de 30 años se reunió, recientemente, conmigo en Reikiavik para pasar unos días de vacaciones antes de asistir a una conferencia allí. Estoy agradecida de que todavía disfrutemos de viajar y de que mis millas de viajera frecuente nos permitan tener una semana de vacaciones de vez en cuando. Cerca del final de nuestro tiempo, explorando los glaciares y playas volcánicas, comencé a centrar mi atención en la próxima conferencia.

«Necesito hacerme la manicura antes de volver al trabajo», le dije.

«Mamá, eso realmente no importa. ¿Así que tu esmalte de uñas está descascarado? Estás aplicando estándares de una generación que ya no está haciendo las reglas en entornos profesionales. Relájate. No necesitas una manicura. Tal vez la quieras, lo cual está bien, pero no es una necesidad.»

Pensé en lo que me había dicho. No me siento «completa» sin mis uñas hechas. De hecho, mi madre me enseñó a que fuera así. Nací en la década de 1960; siempre he apreciado una buena manicura en personas de cualquier género. Mi madre me enseñó muchas cosas sobre apariencia y moda; he descartado la mayoría de esas lecciones o las he adaptado a mis propios estándares. ¿Es posible que mi esmalte de uñas descascarado no haga que la gente piense menos de mí? Yo sé que me causaría incomodidad, que es la razón principal para hacerlo. Pero, ¿tenía razón mi hijo?

En la década de 1990, trabajé para un distrito escolar primario. Las personas abiertamente queer (y cualquier persona LGTBIAQ+) no eran la norma. Cuando comencé a trabajar allí y salí del armario con una colega, la trabajadora social del distrito me dijo que reconsiderara el hecho de que mi orientación sexual fuera conocida por todos. «Puede definirte y limitar el trabajo que eres capaz de hacer», me dijo.

Me sorprendió porque sus puntos de vista me parecieron retrógrados en ese momento. Hay pocas protecciones en el entorno de trabajo para quienes se declaran queer. Se es especialmente vulnerable cuando se trabaja con menores. En aquel entonces, algunos docentes que marchaban en el desfile anual del Orgullo de la gran ciudad con GLSEN (Red de Educadores Gays, Lesbianas y Heterosexuales) lo hacían con bolsas en la cabeza. Tan tenue era su aceptación, tan frágil su respetabilidad.

Yo trabajaba en la oficina del distrito, no directamente con menores. También soy conforme al género. Es decir, no «parezco una lesbiana». La gente no  asumía eso de mí, y antes de que el matrimonio gay se legalizara de forma fugaz en California, y por primera vez, pocas personas consideraban la posibilidad en voz alta, especialmente en el entorno de trabajo. No hice caso a las advertencias de mi compañera de trabajo y tampoco sufrí repercusiones. Iba bien vestida, era madre y buena en mi trabajo. Claro, era gorda, pero en esa situación, la gordura parecía de alguna manera apoyar una visión de mí como ‘maternal’ o familiar, en lugar de sexualmente desviada. Nuestros marcadores visuales se transforman y vuelven a transformarse para adaptarse a los significados que la gente quiere dar. (Nuestros marcadores lingüísticos también cambian: observa que las palabras que en este párrafo me parece apropiada, en los siguientes, varían desde lesbiana hasta queer).

Un pequeño grupo de nosotras, lesbianas trabajadoras en el distrito y la comunidad, comenzamos a tener almuerzos mensuales. Cada mes, en la pequeña ciudad donde trabajábamos, éramos un posible espectáculo para los espectadores mientras nos reuníamos en varios restaurantes locales. En su punto álgido, nuestro grupo llegó a ocho. Lo suficientemente grande como para que estuviéramos tramando algo. ¿Qué teníamos en común? Veníamos de diferentes escuelas y agencias comunitarias. Un colega pasó por nuestra mesa para saludar una vez y comentó: «Bueno, ahora esta es una reunión de mujeres poderosas, excelentes en sus trabajos. ¡No sé qué más podrían estar haciendo aquí juntas …!»

Es cierto. Para ser queer y trabajar con jóvenes, ya sea públicamente queer para todas las personas, algunas o ninguna, cada una de nosotras había aprendido que era vital ser irreprochable en todos los demás aspectos posibles. Ni siquiera nos atrevíamos a robar un clip del material de oficina. Ya sea que estuviéramos vestidas más femeninas, masculinas o intermedias, íbamos bien vestidas, y si alguna vez tomábamos 20 minutos extra durante esos almuerzos, lo compensábamos con dos horas al final del día porque estábamos dedicadas a nuestro trabajo.

Sé lo que sé sobre mi manicura. Mi respetabilidad es frágil ahora más por mi gordura que por mi queeridad. Hago un tipo de trabajo diferente y mi cuerpo envejecido es gordo de una manera diferente. No me visto completamente como femme-drag, pero sigo los rituales que disfruto: buenas uñas, lápiz labial y cabello están entre ellos. No podría presentarme en esa conferencia delgada más de lo que podría presentarme heterosexual, o masculina, para el caso. Esas cosas mejorarían mi respetabilidad, pero están bien fuera de mi control.

Como persona que se replanteó su identidad femme hace décadas, puedo informar que, aunque siempre he entendido que la feminidad aceptable se puede usar para reducir el estigma de la gordura, nunca ha sido suficiente. En algún momento de mis primeros treinta años, el privilegio dejó de ser mi objetivo la mayoría de los días. Estoy más interesada en la justicia y en cultivar una apariencia que se sienta bien, valide mi sexualidad y cultive la solidaridad con quienes considero afines. Nunca he puesto un esfuerzo total en la feminidad por algunas razones específicas: no es así como quiero pasar mi tiempo, ni quiero que otros piensen que la hiperconformidad es digna de mi tiempo; quiero ser vista como alguien que tiene otras cosas en marcha, otros intereses y prioridades; también quiero ser fiel a mi peculiar terquedad. Soy consciente de honrar la astucia artística de la ingeniosidad femme en la historia de las mujeres: un camino hacia un tipo de poder que no juega según las reglas oficiales.

Cuando se trata de gordura y género, especialmente la no conformidad de género (lo cual, se podría argumentar, las personas gordas son más propensas a hacer, sean queer o no), estamos trazando nuestros propios mapas de sistemas sociales interseccionales. Tenemos que hacerlo porque las reglas no están claras. Y eso significa que podemos hacer algo más compasivo con la gordura y el género que los modelos que nos dieron para cualquiera de esas cosas por sí solas. La autoetnografía, que se considera el ámbito de la expresión narrativa en muchas ciencias sociales, está ayudando a trazar esos mapas. Blogs, activismo y otros escritos también están narrando la gordura y el género.

El tipo de narrativa que estás leyendo en este capítulo se puede describir como autoetnografía, al igual que gran parte de mi escritura. Es un análisis social basado en la narración personal. A menudo lo explico de esta manera: cada historia es sobre mí, pero yo no soy el sujeto. El sujeto es la cultura y cómo entendemos nuestras vidas dentro de ella, y dentro de nuestras elecciones personales. Te cuento historias de mi vida para iluminar la cultura en acción, en lugar de mantenerla en estasis para que tenga lugar el análisis. Después de todo, cada una de nosotras está constantemente creando y respondiendo a la cultura. Stacy Holman Jones y Dan Harris sugieren que podríamos usar la autoetnografía no solo para el análisis, sino también para expandir la empatía. En su libro Autoetnografía Queer, se preguntan:

¿Podría nuestro ejercicio de empatía por lo conocido convertirse en un ensayo para la empatía por lo desconocido o, incluso, lo incognoscible? ¿Y si esa empatía diera paso a un reconocimiento de la precariedad y vulnerabilidad del otro que nos permita vivir la responsabilidad ética de no hacernos daño mutuamente? (2019, 11)

Espero que la generación de mi hijo sea capaz de respetar a cualquiera que lleve un esmalte de uñas descascarado, independientemente del tamaño y la forma de su cuerpo. Espero que las infancias de hoy crezcan sintiendo una mayor indulgencia sobre la jerarquía de la apariencia hasta que toda la búsqueda de apariencia y privilegio de identidad sea un sinsentido. Y que ninguno seamos capaz de resucitar la opresión basada en la jerarquía humana nunca más.


Referencias

Las referencias citadas por Kimberly Dark en su capítulo Embodied Narration no se han transcrito en la presente traducción. Para acceder a ellas, te recomendamos consultar el libro Farrell, Amy Erdman. The contemporary reader of Gender and Fat Studies. Ed. Taylor and Francis, (2023).