Retrato fotográfico de E. Cassandra Dame-Griff.
 

Discursos anti-gordura y anti-latino

Por E. Cassandra Dame-Griff.

Accede al libro original en inglés The contemporary reader of Gender and Fat Studies [Una lectura contemporánea de los Estudios sobre el Género y la Gordura], de Amy Erdman Farrell (2023). Traducción no profesional realizada por ACCIUMRed para lectura personal.

Lectura simplificada

E. Cassandra Dame-Griff es docente de Estudios Críticos de Raza y Etnicidad, especializada en Estudios Americanos y Latinos en EE. UU. Su enfoque de análisis radica en la intersección de las narrativas públicas anti-gorda y anti-latina.

En su capítulo Histories of Excess: Overlaps Between Anti-Fat and Anti-Latina Public Discourse (Historias de Exceso: Superposiciones entre el Discurso Público Anti-Gordura y Anti-Latino), Dame-Griff explora cómo la gordofobia y el racismo anti-latino se entrecruzan, especialmente en relación con la maternidad latina en Estados Unidos. Destaca cómo históricamente se han caracterizado las percepciones y representaciones de la maternidad latina como «excesivas y patológicas».

Inicia su análisis con el caso de Anamarie Regino, una niña mexicano-estadounidense separada de sus padres debido a su peso. Este caso se convirtió en un símbolo para la Asociación Nacional para el Avance de la Aceptación de la Gordura (NAAFA), resaltando la amenaza que representaba para las familias con infancias gordas y la estigmatización de las madres latinas.

Dame-Griff desarrolla cómo se fusionan las actitudes gordofóbicas y el discurso anti-inmigrante. Examina la historia de la alimentación mexicano-estadounidense y cómo los programas de americanización dirigidos a mujeres mexicanas fomentaron un cambio hacia costumbres alimentarias «americanas» y «blancas», consideradas como más saludables.

Finalmente, Dame-Griff subraya que la gordofobia y las políticas antiinmigración no son fenómenos nuevos. Estas actitudes reflejan una continuidad de políticas y discursos históricos, racistas y discriminatorios que han empleado la gordura como una herramienta para justificar la exclusión, el control y la intervención estatal.

Retrato fotográfico de E. Cassandra Dame-Griff.

E. Cassandra Dame-Griff

Introducción


Al inicio del siglo XXI, la comunidad académica de los Estudios de la Gordura y la activista expresaron conjuntamente su alarma y preocupación ante un caso que rápidamente se convirtió en el centro de atención nacional en los Estados Unidos. El caso en cuestión fue el de Anamarie Regino, una niña mexicano-estadounidense de poca edad, que fue separada de sus padres debido a su peso y por la presunta incapacidad de sus padres para cuidar a su hija. En un artículo del año 2001 para The New York Times Magazine, Lisa Belkin observó cómo, a lo largo del conflicto legal de la familia Regino por recuperar la custodia plena de su hija, Ana dejó de ser vista solo como una niña para convertirse en el símbolo de una causa en dos aspectos significativos.

Captura de la noticia en BBC: «Menor con sobrepeso bajo custodia». Transcripción en la leyenda de la foto.
ALT. Captura de pantalla de una noticia en BBC News del 29 de agosto de 2000. Título: «Menor con sobrepeso bajo custodia.» Cuerpo de la noticia (fragmento: «Estados Unidos. Se retira la custodia a unos padres de su hija de tres años, con un peso de 120 libras (54,4 kg), por razones médicas.
La niña, Anamarie Martínez-Regino, tiene un peso tres veces superior al de una niña promedio de tres años y es un 50 % más alta, según su doctora, Monika Mahal, quien recomendó que fuera retirada del cuidado de sus padres.
Una colega doctora que también ha examinado a Anamarie, Irene Moody, afirma que la decisión tomada es por el interés de la niña. «No puedo decirles con absoluta certeza qué está causando que ella sea tan grande. Pero sí sabemos que su tamaño es potencialmente mortal», dijo la Dra. Moody.»
Acompaña al texto una fotografía de la familia de la menor, mostrando a cámara un retrato de su hija. La leyenda de imagen dice: «La familia de Anamarie dice que no es su culpa que esté tan gorda.»

El caso de Anamarie Regino ganó prominencia en dos aspectos fundamentales, tal como lo expuso Lisa Belkin en su artículo. Primero, Ana se convirtió en un emblema para la National Association to Advance Fat Acceptance (Asociación Nacional para el Avance de la Aceptación de la Gordura), que consideró su situación como una amenaza directa hacia todas las familias con menores gordos. Esta organización veía el caso de Ana como un precedente preocupante, temiendo que podría influir negativamente en la percepción y tratamiento de las personas gordas en la sociedad, especialmente los menores de edad.

Segundo, el dilema de Ana puso en relieve los riesgos asociados con la intervención excesiva del Estado en la vida familiar, un asunto de particular importancia para aquellas familias cuyas interacciones históricas con el Estado han sido marcadas por la separación forzosa, a menudo bajo justificaciones respaldadas por ideologías racistas, sexistas y patológicas contra las familias de color. El caso de Ana, específicamente, levantó preocupaciones sobre la estigmatización de las madres latinas. Su madre, Adela Martínez-Regino, quien falleció en 2011, estuvo en el centro de la controversia, defendiendo a su hija. Sin embargo, fue injustamente señalada por las agencias gubernamentales y los medios de comunicación, quienes la responsabilizaron de sobrealimentar a su hija y no promover la pérdida de peso, implicando que tales acciones eran dañinas para su hija (Galván, 2011).

En este capítulo, exploro la superposición entre la anti-gordura y específicamente el discurso anti-latina/o/e y cómo refleja y refuerza simultáneamente políticas racializadas y de género en torno a la inmigración, la crianza de menores, la paternidad y, en particular, la maternidad. Para las mujeres latinas en Estados Unidos, la intersección del machismo, el racismo y las actitudes gordofóbicas no solo han amenazado nuestra presencia, sino también han dado forma a la política gubernamental y las discusiones asociadas, narrando a las latinas como madres no aptas a través de un encuadre discursivo de exceso. Este discurso enmarca a las mujeres y madres latinas como encarnando física y culturalmente el exceso, así como siendo portadoras de cuerpos excesivos, tanto los suyos como los de sus hijos. Este exceso, a menudo simbolizado a través de la gordura, el comer en exceso o comer alimentos «erróneos», se utiliza como «evidencia» de su patología cultural y falta de aptitud para ser madres—acusaciones que dan forma al sentimiento público y las políticas resultantes sobre la inmigración en general, y específicamente sobre las mujeres latinas—.

Para comenzar, examino cómo la Academia que trabaja en las intersecciones de los Estudios de la Gordura, Estudios Latinos, Estudios de Inmigración y Estudios de Género lidian con la interacción entre la gordofobia y el discurso misógino anti-latino/anti-inmigrante en torno a la maternidad latina.


Empiezo el análisis examinando cómo la maternidad latina, y en particular la mexicano-estadounidense, ha sido históricamente representada como excesiva. Se explora cómo esta errónea percepción de esta mal caracterización de la cocina, la alimentación y las costumbres alimenticias no blancas se ha entrelazado con la narrativa gordofóbica en la actualidad. En esta parte, se sitúan las ideas de una maternidad latina excesiva y, por ende, patológica, dentro de un marco histórico, vinculando su representación negativa con ejemplos similares en otros grupos raciales y étnicos marginados.

Luego, cambio el enfoque de texto hacia el análisis del papel de la discriminación contra la gordura y la denominada «Guerra contra la Obesidad» en los debates migratorios actuales. Aquí, los comentaristas anti-inmigrantes suelen retratar a las mujeres y madres latinas como seres codiciosos y a veces como monstruosas reproductoras—o potenciales reproductoras—que representan una amenaza no solo para la salud de sus propios hijos, sino también para la de los hijos de otros, específicamente los de familias blancas.

Finalmente, basándome en el trabajo de Mae Ngai, April Herndon y otras, considero los antecedentes históricos y discursivos que dieron forma a las nociones de feminidad desviada y cómo existen en el momento actual de la narrativa público anti-gordura/anti-latina. A lo largo de este capítulo, contextualizo históricamente las conversaciones contemporáneas en las intersecciones de dicha narrativa, subrayando los precedentes establecidos en diferentes momentos históricos y para otras comunidades y mujeres de color [racializadas].


Maternidad y salvación excesivas

En su historia de 1995 sobre la aculturación y asimilación mexicano-estadounidense en Estados Unidos en la primera mitad del siglo XX, el historiador George J. Sánchez argumentó que la comida —preparación, consumo y tipos de alimentos consumidos—fue un aspecto central en los programas de americanización de principios de 1900. Con «objetivos asimilacionistas», dichos programas se centraron en las mujeres mexicanas, entendiendo a las esposas y madres como la vía para enseñar a las familias mexicano-estadounidenses unas costumbres culturales americanas adecuadas, particularmente aquellas «relacionadas con la dieta y la salud» (Sánchez 1995, 101-2).

Para los reformadores estadounidenses, la dieta se consideraba un aspecto central de intervención no solo porque ofrecía la oportunidad de enseñar las formas de alimentación americanas, sino también porque se entendía como un pilar de la salud. Es importante, y no sorprendente, que los alimentos y las formas de alimentación «americanas» (preparaciones, variedades, horarios de comidas, etc.) se consideraran más saludables que las de la población mexicana o la mayoría de la «otra población extranjera» e inmigrante. Por ejemplo, «la desnutrición en las familias mexicanas no se atribuía a la falta de alimentos o recursos, sino a ‘no tener las variedades adecuadas de alimentos que contienen los nutrientes para el crecimiento y desarrollo’» (Sánchez, 1995, 102). Por lo tanto, era una combinación del alimento en sí (visto como poco nutritivo) y los comportamientos que rodeaban su preparación y consumo (una falta de variabilidad) lo que se señalaba como insalubre y, por ende, un objetivo para los reformadores.

Curiosamente, gran parte del currículo en torno a los alimentos y las formas de alimentación se basaba en una presuposición no de exceso sino de carencia, ya que evitar el hambre y, de hecho, la desnutrición era un objetivo central de estos programas de americanización. Como señala Sánchez, «enseñar a las mujeres inmigrantes valores alimentarios adecuados se convirtió en una ruta para mantener al jefe de la familia fuera de la cárcel y al resto de la familia alejada de la caridad». De esta manera, se evitaba que alimentos mexicanos peligrosamente insatisfactorios, como las tortillas, llevaran a los menores (entendidos como futuros adultos) a robar los almuerzos más satisfactorios de los menores blancos (1995, 102).

Paradójicamente, y de alguna manera desconcertante, la preocupación de los reformadores por la desnutrición les llevó a impulsar la eliminación de alimentos básicos nutricionalmente valiosos, como las tortillas y el arroz con frijoles, de la dieta de la población mexicano-estadounidenses para reemplazarlos por alimentos básicos americanos como el pan y la lechuga. Así, la desnutrición mexicano-estadounidense «no se atribuía a la falta de alimentos o recursos», sino a una excesiva dependencia de los alimentos y las formas de alimentación mexicanas, que los reformadores buscaban reemplazar por alimentos cuyo valor, arguyo, estaba definido no nutricional sino culturalmente. Aun así, incluso en estas primeras representaciones de la comida étnica como patológica, había una preocupación por el exceso, particularmente la idea de que los hábitos alimenticios mexicano-estadounidenses tendían hacia el consumo excesivo de alimentos «erróneos». Por lo tanto, «los reformadores animaban a las mujeres mexicanas a abandonar su afición por los alimentos fritos y el consumo demasiado frecuente de arroz y frijoles» (1995, 102, énfasis mío). Las madres—vistas como las únicas proveedoras tanto de comida como de cultura—fueron el objetivo de los reformadores, en gran parte debido a percepciones de ideologías y roles de género heteronormativos y patriarcales en las familias mexicanas. Los hombres y padres se veían como parte de la esfera pública como trabajadores, mientras que las mujeres y madres residían en espacios mayormente domésticos y, por lo tanto, «enseñar a las mujeres migrantes valores alimentarios adecuados» seguía siendo esencial para las tácticas de los reformadores (1995, 102).

Mientras que esta caracterización de la comida mexicana, y por extensión de los alimentos étnicos latinos, como patológica, parece oscilar entre temores de desnutrición y sobrealimentación en el siglo XX temprano, para la segunda mitad del siglo XX y en los años 2000, la comida étnica está firmemente situada en el campo de la «obesogénica», y su desprecio cambia en consecuencia.

Lo que no cambia, sin embargo, es la asociación general de la maternidad étnica como el lugar para la intervención, con las madres mexicano-estadounidenses y latinas, permaneciendo como el objetivo principal para varios aspectos de la «reforma» nutricional, que caracteriza aún más la maternidad latina como excesiva y culpable en la «Guerra contra la Obesidad».

En 2005, April Herndon remite al caso del año 2000 de la niña mexicano-estadounidense Anamarie Regino, quien, siendo una menor, es retirada del cuidado de sus familiares debido a su peso y a la presunta incapacidad de su madre Adela para alimentarla correctamente. Incluso en la cobertura pública, su familia y las decisiones que llevaron a la pérdida de su custodia, su madre Adela emerge como una figura central de fracaso maternal. Primero, en términos de su propio cuerpo (la escritora del New York Times, Lisa Belkin, a quien mencioné anteriormente, describe a Adela como una «mujer carnosa y preocupada»), pero también en su incapacidad o negativa flagrante para controlar el cuerpo «horrorosamente obeso» de su hija (Belkin, 2001). Mientras que «las capacidades de las madres para asegurar que las infancias consuman adecuadamente y para enseñarles libertad disciplinada en el consumo son siempre dudosas y abiertas a la vigilancia», el caso Regino ofrece información adicional sobre qué madres tienen más probabilidades de estar sujetas a vigilancia e intervención (Power, 2016, 60).

Este caso, que ha interesado a la comunidad investigadora de los Estudios de la Gordura, Estudios de Género y Estudios Latinos, destacó la intersección del tamaño del cuerpo con narrativas de culpabilidad materna. En ella, «la etnicidad latina [se toma] como evidencia adicional de la ignorancia del padre y la madre de Anamarie y su incapacidad para cuidarla» (Saguy y Gruys 2010, 248). A menudo, presentado como un ejemplo algo impactante de excesivo alcance institucional en la familia basado en asociaciones engañosas de la gordura infantil con el abuso infantil, el caso de Anamarie Regino proporciona uno de los ejemplos más claros de la interacción entre la anti-gordura y el chovinismo étnico.

Sin embargo, cuando se coloca en el contexto de la americanización y la ideología asimilacionista, el caso de Anamarie Regino es mucho menos impactante y, de hecho, se convierte en una conclusión inevitable. En particular, el argumento se alinea con otros ejemplos históricos (y contemporáneos) de invocar al exceso para justificar la intervención estatal en las vidas de familias y menores no blancos en Estados Unidos. Como escribe Margaret D. Jacobs en su trabajo sobre la sustracción de menores nativos e indígenas de sus familias durante la Era de Adopción India (1958–1967), «la retórica benevolente del IAP [Programa de Adopción India] de salvar a menores indios se hacía eco de refranes comunes de la era de asimilación de principios del siglo XX» (Jacobs, 2014, 49). En particular, el IAP repite marcos asimilacionistas estadounidenses del menor no blanco «sufriente» cuyo bienestar y de hecho, vida, solo pueden ser salvados por blancos benevolentes.

Como señala Jacobs, el IAP y otras asociaciones benevolentes se basaron en nociones preconcebidas de supremacía cultural blanca que pintaban a las familias y comunidades indias como «no aptas» por razones tanto de pobreza como de diferencias culturales y raciales. Central a esta representación patológica de las familias indias era la «figura de la ‘madre india soltera’, a quien las autoridades representaban como una madre no apta» (2014, 52). Aunque la escasez era una justificación frecuentemente citada para alejar a los menores e indígenas de sus familias, es decir, salvarlos de la pobreza, las caracterizaciones de exceso también moldearon las actitudes hacia las madres indias.

La comunidad de Trabajo Social destacó el exceso sexual de las madres indias solteras, ya que eran incapaces o no estaban dispuestas (debido a un defecto psicológico imaginado o presunto) para participar en prácticas matrimoniales y relaciones sexuales ‘adecuadas’ dentro de los límites de los matrimonios monógamos y cristianos (2014, 52-3). Este exceso sexualizado imaginado fue visto como fuera de los límites de las «normas sociales estadounidenses, exaltando la familia nuclear de clase media y la contención de la sexualidad femenina». De esta forma, creó el espectro de la madre india soltera promiscua y el llamado «menor indio olvidado» que debía ser alejado y salvado a través de la crianza o adopción por familias blancas de clase media (2014, 53-4).


Tanto para las madres mexicano-estadounidenses como para las madres nativas e indígenas, las caracterizaciones de la maternidad no apta siguen una lógica similar: aspectos descontrolados o excesivos de la madre conducen a acusaciones de insuficiencia, falta y daño al menor que, por lo tanto, requieren la intervención de salvadores benevolentes y culturalmente «superiores». En otras palabras, dentro de los confines ideológicos de la anti-gordura contemporánea, la gordura infantil u «obesidad» se construye a través de una dualidad de carencia y exceso. En términos de carencia, la maternidad marcada étnica y racialmente se define como una escasez de aptitud parental, comprensión parental de la alimentación y nutrición ‘correctas’, supervisión parental y disciplina. Actos tan simples como alimentar a un menor y responder a sus necesidades son recategorizados como excesivos (es decir, ‘consentir’ o ‘indulgencia excesiva’) bajo las ideologías anti-gordura predominantes. Como incluso el médico mexicano-estadounidense de Anamarie, Javier Aceves, sugirió en la cobertura de prensa de la historia de Anamarie, el «problema» de Anamarie es una situación en la que los menores son «criados en una familia donde la comida se equipara con amor» (Belkin, 2001).

Lo que hace únicas las acusaciones contra Adela Martínez-Regino, sin embargo, es cómo se toma el supuesto exceso encarnado de Anamarie como un indicador de patología materna racializada. Mientras que el exceso corporal, o lo que en el momento contemporáneo se considera «obesidad», ha sido imaginado como un marcador de diferencia y desviación racial, étnica y cultural, construirlo como consecuencia del fracaso parental y, específicamente, maternal refleja las formas en que las ideologías anti-gordura se han solidificado y proliferado en un número creciente de ámbitos sociales y legales. En pocas palabras, aunque las actitudes e ideologías anti-gordura no son en absoluto nuevas, se han arraigado tan firmemente en los ámbitos social, político y ahora legal, que presentan un nuevo subconjunto de herramientas con las cuales las madres racializadas pueden ser objetivo del Estado.

La omnipresencia de la anti-gordura y una aceptación cultural generalizada del marco de que la gordura es mala, peligrosa y necesita corrección ha permitido que la «obesidad» realice las mismas funciones en los discursos sobre la crianza deficiente que la desnutrición y la pobreza hicieron a principios y mediados del siglo XX. La «obesidad» infantil, argumento, actúa ahora como un punto de contacto cultural similar, un ejemplo universalmente entendido y temido de, como mínimo, fracaso familiar, hasta la negligencia infantil o el abuso malintencionado e intencional. Se convierte en alimento para reclamaciones engañosas de que los cuerpos migrantes y no blancos debilitan el estado-nación y en un llamado a la intervención benevolente en sus vidas y comunidades, entendido su bien como el bien del estado-nación. La figura de la madre patológica sigue siendo el núcleo de esta preocupación y miedo manifiesto a la «obesidad» infantil. En el caso de las mujeres de racializadas, las suposiciones de patología están entrelazadas con creencias sobre diferencias étnicas, raciales y culturales que las presentan tanto conductos de personalidad fallida como medios por los cuales los niños racializados pueden y deben ser «salvados».

Como el caso de la comunidad de Trabajo Social, las agencias de adopción y familias adoptivas blancas que buscaban «salvar» las infancias nativas e indígenas de madres y otros cuidadores considerados ineptos, las infancias latinas también han sido posicionadas como necesitadas de ser salvadas y protegidas de prácticas de crianza que podrían llevarles a la «obesidad». Si bien el caso de Anamarie Regino ciertamente lo demuestra en una escala singular, esto también es cierto en el escenario nacional, donde iniciativas como la campaña Let’s Move! y MiPlato, respaldadas por Goya, buscaron enfocarse en las familias latinas como medios para proteger a las infancias latinas de la «obesidad». Ambas iniciativas fueron centrales en el posicionamiento de Michelle Obama como primera dama y madre ideal, ofreciendo «empoderamiento» a otras familias, particularmente a las familias latinas, en la batalla contra la «obesidad» infantil. Además, estas iniciativas también sirvieron para reforzar narrativas de la «Guerra contra la Obesidad», como lo evidencia un comunicado de prensa del Departamento de Agricultura de Estados Unidos que afirmó «en apoyo a la iniciativa de la primera dama, Goya creó un ejército de recursos para ayudar a combatir la obesidad infantil» (Larson, 2017). Así, Michelle Obama y Goya se asociaron, con Goya como «socio estratégico nacional», en la lucha contra la gordura.

Fotografía en color. Vista frontal de Michelle Obama bailando con adolescentes en un evento de la campaña Let's Move! (¡Movámonos!) .

Como argumenté en 2016, el aumento de los esfuerzos contra la obesidad como un supuesto bien social, moral y público se fusionó con el trabajo de servicio público de la primera dama de EE. UU. para producir proyectos que reforzaron las narrativas de la gordura como una crisis nacional. En el caso de su alcance específico a la comunidad Latina, esta fue descrita como una comunidad en crisis, ya que «la comunidad hispana en particular enfrentaba desafíos únicos. Mientras que uno de cada tres menores estadounidenses tiene sobrepeso o es obeso, en la comunidad hispana es casi dos de cada cinco». Al ofrecer «asistencia» a la comunidad y con justificaciones arraigadas en temores no solo de una crisis general de obesidad infantil, sino de una que impacta «únicamente» a las infancias Latinas, la campaña ¡Muévete! reforzó narrativas de patología étnica y cultural que posicionaron a las familias latinas como incapaces de alimentar correctamente a sus hijos y, por lo tanto, necesitadas de intervención estatal (y corporativa) (Dame-Griff, 2016).

En sus discursos, particularmente al Consejo Nacional de La Raza en 2013, Obama reprodujo narrativas demasiado familiares de culpabilidad maternal en las que se presumía que la relación patológica de las mujeres latinas con la comida, en particular la comida étnicamente marcada, las llevaba a alimentar a la infancia «hasta la muerte». Alimentos étnicamente marcados en las comunidades Latinas y afroamericanas —arroz con pollo, pastel de tres leches, macarrones con queso—fueron señalados como alimentos no saludables que solo se deben consumir con moderación y en ocasiones especiales. Utilizando el lenguaje de «dietas equilibradas», Obama repite una lógica similar a la de los reformadores estadounidenses de principios del siglo XX: los alimentos étnicos no son «suficientemente saludables» o «nutritivos» para ser incluidos como alimentos básicos en la dieta estadounidense. Si bien el trabajo de Obama con ¡Muévete! ha permanecido, en gran parte, en la memoria pública como un ejemplo de activismo bien intencionado y benevolente, también es un ejemplo más de una trayectoria estadounidense de narrativas de culpabilidad familiar y, particularmente, maternal utilizadas para justificar intervenciones en las vidas de comunidades y personas racializadas.

Esta asignación de culpa simultáneamente de género y racializada no es de ninguna manera novedosa en la historia de EE. UU., ya que las madres latinas y afroamericanas todavía soportan la carga tanto del discurso público como de las políticas que surgen de estas conversaciones siempre presentes. Notablemente, los padres están en gran parte ausentes de estas conversaciones, como lo evidencia el enfoque excesivo en las prácticas de crianza patológicas. La paternidad aparece solo tangencialmente en las preguntas sobre la familia, efectivamente hecha invisible y, por lo tanto, intocable en las críticas a las familias racializadas. En parte, esto se logra a través de la patologización de los padres, particularmente los padres afroamericanos, como simplemente ausentes (con muy poco entendimiento sobre las razones sociales, económicas y políticas de estos niveles a menudo exagerados de ausencia).

Además, arguyo, los padres y la paternidad escapan a este escrutinio debido a las ideologías estadounidenses sobre las divisiones de género en el trabajo, en las que los hombres funcionan en la esfera pública y las mujeres en el ámbito privado y doméstico del hogar. La desviación de esta norma se considera, por supuesto, potencialmente dañina para las infancias, pero para las mujeres racializadas, la adhesión o la expectativa de adhesión resulta igualmente condenatoria. Al desempeñar la domesticidad con cierto grado de fidelidad, en este caso, alimentando a menores, sitúa a las mujeres y madres como la parte culpable cuando las prácticas de alimentación en sí mismas se consideran sospechosas.


La madre monstruo poniendo en peligro al estado-nación

En el caso de las madres negras y latinas desde mediados del siglo XX hasta el presente, el discurso público condena sus supuestas y patológicas prácticas maternales como una amenaza mucho más amplia no solo para sus infancias, sino las infancias ‘de otros’ y para el estado-nación en su conjunto. En el caso de las mujeres negras, el Informe Moynihan de 1965 describió narrativas de la vida familiar negra como patológica, precisamente porque estaba encabezada por mujeres negras. El informe culpaba en gran parte a lo que los académicos blancos entendían como «roles invertidos para marido y mujer» o sistemas familiares matriarcales por la pobreza y las malas perspectivas educativas en las comunidades negras (Moynihan, 1965, 30). Este discurso continuó y se trasladó al ámbito de la política a mediados de la década de 1970, ya que el tópico de la «Reina del Bienestar» demonizó aún más a las madres negras con el bono adicional de argumentar, ahora, que no solo estaban dañando a sus hijos sino drenando la economía y amenazando, finalmente, la estabilidad financiera del estado-nación.

El discurso público y las políticas que siguieron a la popularización de estas representaciones duales, racistas y sexistas, también sirvieron para reforzar tópicos profundamente de exceso físico, emotividad, capacidad reproductiva (la «madre de bienestar excesivamente fértil») y pereza, que para algunos, como señala Ange-Marie Hancock, se unieron a las afirmaciones gordofóbicas (Hancock, 2004, 73). En «The Politics of Disgust: The Public Identity of the Welfare Queen» («La Política del Asco: La Identidad Pública de la Reina del Bienestar») de 2004, Hancock argumenta que las reinvenciones de tópicos en los que «los beneficiarios de AFDC [Ayuda a Familias con Hijos Dependientes] eran descritos como gordos, perezosos y explotadores» contribuyeron a un «rechazo» caracterizado por desdén y de hecho, asco, como sugiere el título del libro (2004, 50).

Portada del libro  'The Politics of Disgust: The Public Identity of the Welfare Queen'. Descripción detallada en la leyenda de la imagen.
ALT. Portada del libro «The Politics of Disgust: The Public Identity of the Welfare Queen» («La Política del Asco: La Identidad Pública de la Reina del Bienestar») de Hancock. Sobre el título, plano detalle de una boca expresando un gesto de asco.
Retrato fotográfico en color de Ange - Marie Hancock.
ALT. Retrato fotográfico en color de Ange – Marie Hancock.

Argumento que la cuestión del asco es un área donde los Estudios de la Gordura y los estudios centrados en la raza, la etnicidad y sus intersecciones con el género pueden encontrar un terreno común claro. Particularmente porque, como explica Hancock en la introducción de su libro, el asco funciona en parte como «juicio social» en el que los discursos y creencias en torno a la responsabilidad y la culpa entran en juego. El asco, sugiero, es parte del marco neoliberal en el que el racismo y la gordofobia están incrustados, donde la diferencia encarnada se ve tanto como patológica como elegida. Como escribe Xandi McMahon sobre el arquetipo de Jezebel, «estos eran estereotipos afectivos: atacaban principalmente a las mujeres negras al implicar que eran demasiado emocionales», lo que sugería que necesitaban ser controladas y reguladas tanto para su propio bienestar como para el de otros (énfasis mío). De manera similar, en el caso de la gordura, los cuerpos marcados por su «exceso» no son simplemente objeto de preocupación por el bien del sujeto gordo (a pesar del tópico familiar de preocupación falsa o por la «salud» de una). Más bien, aquellas personas identificadas como con sobrepeso u obesas también se ven como necesitadas de control, no sea que su exceso se desborde más allá de los límites individuales hacia los colectivos. La «Reina del Bienestar» como objeto de asco, desprecio y sujeta a control por agentes externos, incluido el Estado, es un estereotipo necesario y un conjunto de tópicos discursivos para analizar la relación entre la anti-gordura y la demonización de la maternidad no blanca.

Para las madres latinas, los tópicos que han difamado a las mujeres negras y racializadas tanto en el pasado como en el presente, particularmente las acusaciones de ‘exceso’ que plantean una amenaza para el estado-nación, se han transferido de manera similar. Si bien vemos parte de esta evidencia en los proyectos de americanización, como se discutió anteriormente, también lo es en representaciones más recientes, conservadoras y extremistas de derecha, sobre las madres latinas como negligentes y dispuestas a dañar a sus propios hijos en la búsqueda de la vida en Estados Unidos. Como ha argumentado la socióloga Mary Romero en su trabajo sobre el grupo extremista nativista Mothers Against Illegal Immigration (MAIA) [Madres Contra la Inmigración Ilegal], grupos como estos construyen a las mujeres inmigrantes mexicanas como «madres inmigrantes ‘malas’» que usan y abusan de sus propios hijos para acceder a la ciudadanía (Romero, 2011, 57). Citando el caso de Elvira Arrenado, un relámpago para llamados conservadores a leyes de inmigración y deportación más restrictivas, los representantes de MAIA de hecho reproducen el tópico de la Reina del Bienestar, llamando a Arrenado «la ‘REINA’ de la oportunidad». Además, Romero argumenta que las portavoces de MAIA representan a las madres inmigrantes mexicanas como «un grave peligro», primero caracterizándolas como «madres inferiores» y, luego, afirmando que sus deficientes habilidades maternales, causadas por su catolicismo mexicano y desviación sexual, plantean una ruina segura para el estado-nación.

Es importante señalar que gran parte de esta preocupación por la presencia de infancias mexicano-americanas repite temas familiares de exceso cultural, en los que se imagina a las mujeres e infancias mexicanas no blancas como excesivos tanto en su presencia como en su consumo de bienes, servicios y hasta de comida estadounidense. Como señala Romero, los comunicados de MAIA reproducen temores comunes en el discurso de control de población en el que se percibe a inmigrantes y ciudadanía racializada como amenazas numéricas a la primacía de la ciudadanía estadounidense blanca. Los representantes de MAIA conectan la sobrepoblación con un temor a la escasez de recursos, afirmando «[La población mexicana] se reproduce como conejos! Luego, solicitan cupones de alimentos y bienestar, y los estadounidenses tienen que pagar por eso» (2011, 58). Dentro de este discurso, las madres y las infancias latinas se caracterizan tanto como perezosas como codiciosas, una horda de bocas hambrientas que amenazan con tensar aún más los recursos estadounidenses, incluido el suministro de alimentos. De hecho, como demuestra Romero, MAIA hace un uso repetido de la amenaza del sobreconsumo Latino, sugiriendo que las infancias migrantes son «utilizadas por sus madres para ‘robar’ de la boca de ‘infancias legales’ en EE. UU.», «debiendo ser acusadas de abuso infantil por intentar beneficiarse de su crimen y lucrar con acciones adicionales mientras están en EE. UU.» (2011, 60).

Aunque no está claro en este ejemplo si MAIA está sugiriendo que los hijos de madres latinas son de alguna manera la parte lesionada por el hecho de asegurarles comida, lo que está claro es que «MAIA argumenta que las madres inmigrantes de ciudadanos estadounidenses están involucradas en abuso infantil hacia los hijos de ciudadanos estadounidenses» (2011, 60 énfasis añadido). Dentro de este marco nativista, simplemente alimentar a su propio hijo (de color) se imagina como perjudicial para los hijos presumiblemente blancos de otros. Aquí, MAIA define la comida a través de una lente imaginada de escasez que convierte al «otro» en un sobre consumidor siempre/ya presente cuya mera presencia funciona como exceso demográfico. Así, los niños Latina/o/x y las madres que los alimentan se consideran culpables de una glotonería peligrosa, incluso violenta, con el potencial de dejar hambrientos a menores «inocentes».

Como ha señalado una parte de la comunidad académica de Estudios Latinos, este discurso de sobrepoblación y escasez de recursos ha sido central en las construcciones de la población latina como excesiva y costosa. Por ejemplo, el trabajo de Otto Santa Ana sobre el papel de la metáfora en el discurso de inmigración y antiinmigración arroja luz sobre el papel tanto del exceso cuantitativo (hay demasiados) como del exceso cualitativo (son demasiado diferentes, demasiado «étnicos», etc.) en la configuración del lenguaje utilizado para debatir el lugar de la población latina inmigrante (y no inmigrante) en Estados Unidos.

En Brown Tide Rising, argumenta que la «metáfora dominante» presente en las discusiones sobre inmigración, general, e inmigración Latina, en particular, se caracteriza por dos subcategorías, siendo la primera «el volumen, que enfatiza los números relativos de inmigrantes» (Santa Ana, 2002, 73). Este énfasis en los números funciona para «transformar agregados de individuos en una cantidad de masa indiferenciada», una masa «que no es humana» (Santa Ana, 2002, 76). El desglose de esta metáfora por parte de Santa Ana demuestra las formas en que los temores de exceso numérico o cuantitativo se combinan con la xenofobia estadounidense para dar forma a los discursos modernos sobre inmigración. De manera similar, como la retórica sobre la inmigración latina caracteriza a la población latina como «demasiados», también se basa en la idea de que los cuerpos latinos en sí son excesivos, o «demasiado» para pertenecer.

Enmarcado dentro de la retórica gordofóbica contemporánea, las «preocupaciones» sobre la supuesta tendencia a la gordura de las personas latinas reflejan las formas en que la construcción ideológica del exceso problemático o peligroso centra los pesos y tamaños corporales de los ‘otros raciales y étnicos’. Así, el exceso en forma de exceso corporal, entendido como «sobrepeso» u «obesidad», se convierte en central para el proyecto retórico de determinar qué cuerpos pueden y no pueden pertenecer al estado-nación, así como qué cuerpos representan una amenaza para el bienestar nacional.


Feminidad desviada, indeseabilidad y política de inmigración

Como escribí en 2020, el discurso anti-gordura plantea una amenaza única para la inmigración latina y sus comunidades, ya que las designaciones de la gordura como enfermedad, falta moral y drenaje en la economía se confabulan para producir la figura del «inmigrante indeseable». En 2015, este fenómeno fue particularmente virulento y encontró un objetivo en la activista de derechos de la comunidad migrante Gaby Pacheco, quien fue miembro de la audiencia durante un episodio en 2015 de AMERICA Con Jorge Ramos junto a la «comentarista conservadora» Ann Coulter. Aunque la interacción entre las dos mujeres fue breve, con Pacheco pidiendo abrazar a Coulter y Coulter negándose debido a una reciente gripe, la reacción contra la propia Pacheco fue rápida y se situó firmemente en la intersección entre la anti-gordura, el sentimiento anti-latino (racista, xenófobo), anti-inmigrante y sexista.

Después de que se transmitiera una entrevista, Breitbart News reportó sobre un correo electrónico enviado por Coulter en el que afirmaba que, si tuviera control sobre las políticas de inmigración después de una pausa de diez años, se opondría a permitir la entrada a «chicas con sobrepeso». (Boyle, 2015). Los comentarios en la noticia se llenaron de burlas dirigidas al peso de Pacheco.  Algunos de estos comentarios hacían eco de estereotipos que vinculan el peso con la etnicidad o raza, y presentaban el cuerpo de Pacheco como una amenaza única por su tamaño. Un usuario comentó despectivamente: «esa vaca gorda ya está invadiendo nuestro espacio con su presencia ilegal aquí», y otro añadió que «está ocupando al menos dos espacios», insinuando que podría tomar «un tercero».

Otros usuarios expresaron preocupaciones conservadoras sobre una conspiración que busca la «morenización» de Estados Unidos, en la cual las comunidades de inmigrantes indocumentados o «ilegales», como Pacheco, se considera que juegan algún papel.Algunos comentarios contenían críticas hacia Pacheco con un lenguaje sexista y racista, incitando a la audiencia a comparar «la belleza e inteligencia nórdica de Ann (alta, delgada, de rostro ovalado y ojos azules) con la desagradable y chismosa invasora hispana obesa y grasosa».

Retrato fotográfico de Ann Coulter.
ALT. Retrato fotográfico de Ann Coulter.
Portada del libro '¡Adiós América! El Plan de la Izquierda para Convertir Nuestro País en un Infierno del Tercer Mundo. Descripción detallada disponible en la leyenda de la imagen.
ALT. Portada del libro ¡Adiós América!, The Left’s Plan to Turn Our Country into a Third World Hellhole (El Plan de la Izquierda para Convertir Nuestro País en un Infierno del Tercer Mundo). En el centro, un primer plano de Ann Coulter en tonos de gris. Su iluminación es tan intensa que los tonos casi son blancos, como el fondo. La paleta de colores abarca los distintivos de la bandera estadounidense —rojo, azul y blanco—.

Lo que está claro, tanto en la respuesta propia de Coulter como en las de sus seguidores en la sección de comentarios de Breitbart, es que entre quienes que entienden a la población latina como inmigrantes innecesarios, indignos y, en última instancia, indeseables, la ideología de la anti-gordura parece encajar perfectamente con los marcos nativistas y racistas. De hecho, este emparejamiento se alinea con políticas de inmigración restrictivas que se originan a finales del siglo XIX y principios del siglo XX con la aprobación de «restricciones numéricas» (cuotas) que, además de establecer límites numéricos a la inmigración desde estados nacionales fuera de Estados Unidos, también «encarnaban ciertas jerarquías de raza y nacionalidad» (Ngai, 2014, 23). Como argumenta Ngai, la Ley Johnson-Reed de 1924 y sus precursores eran en extremo nativistas y reflejaban un creciente «nacionalismo basado en la raza», en el que el «sistema de cuotas distinguía a las personas por ‘raza de color’, y ‘blancas’ de países ‘blancos’» (Ngai, 2014, 23, 27). Incrustadas en esta legislación de inmigración racialmente inflexionada también estaban nociones de «inasimilabilidad» e «inferioridad racial». Ambas actuaban como deméritos contra posibles inmigrantes y estados nacionales de los cuales podrían proceder los inmigrantes (2014, 24). Además, la política de inmigración de principios del siglo XX incluía restricciones contra quienes eran considerados «susceptibles de convertirse en una carga pública», o «LPC», que las agencias aplicaban tanto amplia como severamente para excluir a posibles inmigrantes, especialmente mujeres «que cometieron delitos menores o violaron normas de moralidad sexual, como tener hijos fuera del matrimonio» (2014, 77).

Al reconstruir esta historia de políticas excluyentes racializadas en la ley de inmigración temprana, sugiero que, de nuevo, no debería ser sorprendente que las respuestas a la presencia de una inmigrante latina con sobrepeso en Estados Unidos sean recibidas con respuestas tan vehementes que vinculan su presencia a la invasión, la no pertenencia y la reiteración de la inferioridad racializada. De hecho, la respuesta de Coulter a Breitbart lo demuestra, ya que indirectamente invoca el espíritu de la disposición «susceptible de convertirse en una carga pública en el momento de la entrada» al resaltar que si ella estuviera a cargo de la inmigración, usaría el peso como un factor excluyente para posibles inmigrantes. El escritor de Breitbart, Matthew Boyle, completa el vínculo entre ser «con sobrepeso» y la disposición LPC, escribiendo «¿No deberían los Estados Unidos estar eligiendo a inmigrantes más deseables, realmente a los mejores y más brillantes?» (2015). En esta formulación, la anti-gordura y el nativismo se confabulan para presentar a Pacheco (y presumiblemente a otras «mujeres inmigrantes con sobrepeso») como totalmente indeseables para la construcción y el mantenimiento de un Estados Unidos blanco.

Si bien ni Coulter, ni Boyle ni los comentaristas son «responsables de la inmigración», sus comentarios reflejan y refuerzan la historia legislativa y política que ha moldeado a Estados Unidos. Como argumenta April Herndon, «involucradas en la ‘guerra contra la obesidad’ hay crecientes preocupaciones sobre la economía en atención médica y un sentido de pánico y juicio sobre quién podría y quién no merecer los recursos disponibles (eugenesia)» (2005, 129). Aunque este «pánico y juicio» se ha reavivado en el momento contemporáneo con actitudes y políticas gordofóbicas, insisto en que para comprender su impacto potencial en personas racializadas en general, y en mujeres latinas, en particular, debemos abordarlo no como un fenómeno nuevo sino como una continuación de discursos, políticas y legislaciones que apuntan a quienes se consideran ‘los otros’. De hecho, «aunque la guerra contra la obesidad puede ser relativamente nueva, la preocupación del gobierno sobre la obesidad y los inmigrantes no» (2005, 138). Las políticas de retirar a infancias nativas e indígenas de sus madres y familias, ataques a los beneficiarios de ayuda pública y una legislación de inmigración explícitamente nativista y racista proporcionan una hoja de ruta de dónde hemos estado y hacia dónde podríamos dirigirnos, a medida que la anti-gordura se convierte en un arma contra las mujeres racializadas.


Referencias

Las referencias citadas por E. Cassandra Dame-Griff en su capítulo Histories of Excess: Overlaps Between Anti-Fat and Anti-Latina Public Discourse no se han transcrito en la presente traducción. Para acceder a ellas, te recomendamos consultar el libro Farrell, Amy Erdman. The contemporary reader of Gender and Fat Studies. Ed. Taylor and Francis, (2023).